Acerca de este libro, cuento de 100.000
palabras que recrea la vida en la segunda mitad del siglo XX, es decir,
narración novelada de la historia reciente, aunque parezca una película
(júzguese por la portada), ya he dicho varias cosas en este y otros blogs, pero
para que quede constancia del lenguaje en que fue escrita y el espíritu que la
anima...
(las hazañas de quienes desde las brumas
de la posguerra española, contra viento y marea pusieron en marcha inventos tan
revolucionarios como los guateques, las minifaldas, las ganas de juerga, los
pantalones vaqueros, los biquinis y el rockandroll –o lo que es lo mismo, las
proezas de la generación yeyé, la nacida alrededor de 1950, que aún
colea)
... y para que nadie piense que este es
un cuento normal, como esos que andan rodando por ahí, coloco debajo un párrafo
cualquiera (uno que está cerca del final del libro, cuando los protagonistas son algo mayores y la cosa ya va de recogida) que seguramente arrojará luz al respecto. Aquí se dicen cosas como
esta:
El pijo pijo,
el de toda la vida, el del barrio de Salamanca y los pantalones rojos y los
zapatos brillantes y de chúpame la punta, que paraba en Mozo y en José Luis y
en otros lugares por el estilo, ha tenido descendencia, ha sido sustituido por
el pijo lumpen, personaje cuyos abuelos vinieron del pueblo aprovechando la bonanza
económica de los años 60 y los planes de desarrollo de los ministros del Opus
Dei. Ha sido una gestación larga, de unos treinta o cuarenta años, pero al fin
ha dado fruto. Los esforzados e intrépidos viajeros que se apean de las
corconeras, las lanchas que vuelven de la playa, traen cara de haberlo pasado
muy bien. Son señores y señoras y niños y niñas que han ido a la aventura un
día cualquiera de un puente festivo, cuando la ciudad vieja, que ya no es vieja
sino renovada, se puebla de trabajadores foráneos que acuden a admirar las
bellezas de la bahía y sus alrededores. Todo cambia, la ciudad vieja ya no es
vieja, parece que se quemó, que ardió por completo y la han reconstruido, es la
urbe reformada, la que aparece en los folletos de las agencias de viajes, ¿no
hay ningún barco de vela?, no, porque sólo vienen de vez en cuando, ¡pero aquí
sale un cuatro palos...!, sí, pero sabe Dios dónde andará, la foto también es
mentira, hay que aprovechar la oportunidad, la Semana Naval acabó hace mucho y
no volverá a celebrarse hasta dentro de unos años, o unos lustros, ¡pues vaya
timo!, ¿por qué?, eso pasa en todas partes, este es un lugar modesto y no se
pueden pedir peras al olmo, además, ¿usted no sabe que verano sólo hay uno en
la vida? Por el carril bici se apresuran los osados y aventureros ciclistas con
casco y ropa de deporte, también familias enteras, el señor, la señora y el
niño que disfrutan del día de holganza que todo obrero tiene varias veces en la
vida, eso los niños no lo saben porque en la logse no se dice, pero ya lo
aprenderán cuando crezcan, mamá, ¿me compras unas pipas Tijuana?, pues el día
de asueto se remata comiendo objetos derivados del petróleo... Sí, todo cambia.
¿Te acuerdas de las fábricas de patatas de la ciudad nueva? Había una en cada
manzana, por lo menos, y aparte de las patatas, que estaban buenísimas porque
aquello es Castilla y allí no hay humedad, también hacían churros y porras, de
los que comimos muchísimos... Bueno, pues hoy no queda ni una sola, hoy priman
las de plástico..., y antes se hablaba de los maricones de playa, aquellos que
paseaban por la orilla bien engrasados, pero ahora los llaman metrosexuales,
y de toda la vida hubo tontos del bote, que han dado paso a los que van por la
calle mirando el móvil; parece que tienen furor uterino, o lo que sea. En el
ensanche hay bares nuevos, han aprovechado los viejos y los han reformado, uno
se llama Las pijas de Florencia y otros llevan nombres por el estilo,
pero aquí no los voy a enumerar porque no vale la pena, es un asunto demasiado
actual.
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